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Carta abierta:

Ad portas de un proceso histórico para Chile como la redacción de una nueva constitución y frente a reiteradas inquietudes que nos han compartido, en su mayoría sobrevivientes, acerca de nuestra posición y eventuales adhesiones a candidaturas surgidas desde activismos por la prevención y justicia en abuso sexual infantil (ASI), la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesial (ASE) y la agrupación Derecho al Tiempo queremos declarar lo siguiente:


Nuestro compromiso fundamental sigue siendo el acompañamiento de las víctimas y la construcción de una cultura de cuidado donde prevalezca la disposición a garantizar derechos humanos y a prevenir, auxiliar, y/o reparar sufrimientos traumáticos causados por violencias y abusos de poder como el abuso sexual infantil y toda violencia sexual.


Apoyaremos a toda candidata/o que haya sido y sea constante y consistente en esa ética del cuidado, en el respeto y protección fundamental de la niñez, y la construcción de relaciones humanas colaborativas, solidarias, no-abusivas y no-retraumatizantes. En relación a la pregunta específica sobre endosos al filósofo y denunciante de Fernando Karadima, el señor José Murillo, no podemos conferir apoyo luego de los acontecimientos de los que fuimos testigos durante 2019. El límite de autocuidado irrevocable y nuestro sentido de la responsabilidad, nos obligan a establecer distancia de sus pretensiones.


A un año y cuatro meses de un silencio de duelo, hemos podido elaborar, procesar, y hoy poner en palabras la herida moral, los aprendizajes y crecimientos que hemos vivido luego de trasgresiones profundas (traiciones del amor-cuidado en la definición de Carol Gilligan) a quiénes ayudaron a construir, y vieron en Fundación Para La Confianza un espacio seguro, hasta agosto de 2019, momento en que se oficializa CUIDA. El convenio entre la fundación y Rectoría PUC –a un mes de condenar un acuerdo de Fiscalía Nacional con la Conferencia Episcopal por revictimizante-, tenía como aval al máximo representante de la Iglesia Católica que, hasta el día de hoy, no ha sido capaz de dar respuesta digna y justa –y no condicionada a nuevos silencios- a miles de sobrevivientes de ASE en el mundo y en Chile.


El pacto mal llamado CUIDA, fue notificado y conocido a través de la prensa y de un video del propio Sumo Pontífice, quien celebraba la alianza y el rol protagónico de Celestino Aós. El estupor fue indescriptible. El acuerdo abrió conflictos éticos insalvables y llevó a un número importante de víctimas ASE a cancelar su vínculo con la fundación (y a organizarse en una entidad independiente). Junto al impacto traumático vivido no sólo por sobrevivientes de ASE, sino también por víctimas de ASI, vivimos la fragmentación de todo un movimiento social –ciudadanos, activistas, víctimas, profesionales de salud, justicia, educación, etc.- que puso y pone todo su ser en la lucha contra el abuso infantil. Luego de CUIDA, la brecha con la fundación sólo se fue revelando más honda conforme se conocían otras informaciones como la celebración del bautizo de uno de los hijos del Presidente de Para la Confianza, oficiado por Francisco I en el marco de la visita a Santa Marta (Vaticano, 2018), una instancia destinada a compartir con el Pontífice antecedentes y denuncias de ASE en Chile -víctimas infantiles y sobrevivientes adultos- para sortear, en alguna medida, la muralla de obstáculos erguida por los obispos en relación al caso Barros, Karadima y otros. Siguieron situaciones como la adhesión y defensa prestada por Para La Confianza a sacerdotes acusados de abuso, la aceptación de recursos económicos provenientes de empresas como Anglo American (responsable directa de zonas de sacrificio) y el silenciamiento e indolencia ante interpelaciones de sobrevivientes que tuvieron vínculo con dicha fundación. Lo mínimo que hemos sentido, es confusión.


En la esfera del trauma, los criterios de intervención y cuidado no son adaptables a conveniencia ni son susceptibles de omisión por mucho que personas admiradas o queridas sean responsables de las trasgresiones: la directriz inequívoca es no-revictimizar y si se incurre en ello –con o sin intención-, es necesario entonces contener, rectificar, algo que nunca vimos en ninguno de los actores involucrados en el pacto victimizante. No quisiéramos volver una y otra vez sobre estas premisas, pero la confusión perdura en una sociedad que, por un lado, apoyó la ley de entrevistas videograbadas y de Imprescriptibilidad del abuso sexual infantil, y por otro, puede optar por la desafección e indiferencia, aun sabiendo que los estándares de protección de la integridad de víctimas no pueden estar a merced de lo que cada profesional, convenio o institución –y los medios- elija interpretar o priorizar, o hasta ignorar, según sus simpatías, afinidades o intereses. Ser testigos de estos relativismos y abandonos ha sido dañino para víctimas de ASE, ASI, sus familias y comunidades, pero además es un riesgo para nuevas generaciones de niñas y niños, y para todos quienes somos tejido y cuerpo de una sociedad que tristemente todavía puede creer que en la negación gana algo de alivio, cuando en realidad se debilita y autolesiona.


Nunca desconoceremos el inmenso trabajo y lucha que han dado quienes develaron la horrorosa trama de abuso tejida desde la Iglesia El Bosque, apenas la punta de un iceberg que la jerarquía de la Iglesia Católica en Chile y laicos con poder, han tratado de mantener bajo las aguas de la impunidad, el silenciamiento y olvido. A los denunciantes del caso Karadima y a tantas otras y otros sobrevivientes que incluso antes habían presentado sus denuncias sin mayor eco, les debemos y agradecemos haber aprendido como país que, a la maquinaria de abuso institucional más implacable, se le puede hacer frente. Pero también hemos aprendido en el camino que ser sobrevivientes es seguir siendo humanos, que haber vivido abusos no nos hace intocables ni infalibles, y que algo que nos cuida es cuestionar aquellas posturas que pudieran entenderse como absolución a priori o como inmunidad ética (y hasta impunidad) para las víctimas, sólo por el hecho de serlo. La responsabilidad no desaparece con el trauma y tanto como necesitamos responder por nuestros actos, podemos observar también otros actos humanos con comprensión, pero sin condescender ni omitir situaciones que en menor o mayor medida continúan habilitando abusos, o proveyendo condiciones favorables a su persistencia y su no erradicación.


Queremos ver la luz y la sombra al mismo tiempo, no necesitamos sacrificar a una por la otra en nombre de nadie ni nada. Queremos honrar nuestros procesos de reparación sin renunciar a claridades ni consentimientos recobrados Sólo así podemos concebir el deseo y la oportunidad de imaginar un país bueno y de contar con una carta magna que, tal como nos ha recordado este milenio en sus primeras dos décadas, priorice el imperativo de sostén y aliento de la vida, su esplendor (si podemos usar esa palabra): una constitución que cuide.



Red de Sobrevivientes Agrupación Derecho al Tiempo



Diciembre 30, 2020


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