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DENUNCIA PAULA CACERES GONZALEZ

Advertencia preventiva a víctimas y sobrevivientes. El texto a continuación contiene información que puede gatillar recuerdos traumáticos.


Mi nombre es Paula Cáceres González.

Soy la segunda de las tres hijas del matrimonio entre Patricio de la Cruz Cáceres Riquelme y mi madre. Hoy vengo a denunciar a mi padre por abuso sexual incestual reiterado cometido en mi contra desde 1978 hasta 1989, además de un episodio ocurrido en 2014.

En mi primera infancia mi padre era un hombre agresivo que ejercía violencia física y psicológica en contra mía y de mi hermana mayor . En 1978 yo tenía 6 años y junto con mi hermana estábamos a su cuidado durante los días en que mi madre estudiaba. Él aprovechaba la ausencia de mi madre para abusar sexualmente de mí. Cuando yo estaba en el living del departamento me llamaba a su dormitorio y ahí perpetraba sus delitos. Él siempre me repetía que no le contara a mi madre porque ella no iba “a entender”; también me recalcaba que lo que él me hacía era “otra forma de cariño”.


Desde los 6 años sufrí diversas sintomatologías que en procesos terapéuticos posteriores pude comprender que correspondían a angustia intensa, trastornos alimenticios, somatizaciones, sensación de estar fuera de la realidad, (me disociaba constantemente) y el olvido permanente de episodios de mi infancia y adolescencia que hasta el día de hoy continúo recuperando. Todos eran mecanismos de sobrevivencia. Los especialistas me diagnosticaron trauma severo o trauma complejo.


Tengo un recuerdo de cuando yo tenía alrededor de 12 años. Él me llamó a su dormitorio y, como era su costumbre, abusó de mí. En ese momento algo se reveló en mi interior. En una capa muy profunda podía darme cuenta de que lo que él hacía no estaba bien. Por primera vez me opuse y le dije: “¡No lo hagas!”. Él se rió de mí, se burló y me ridiculizó.


Mi último recuerdo de la adolescencia data de 1987, cuando yo tenía 15 años. En ese entonces él trabajaba en el Instituto Nacional de Pastoral Rural, INPRU. Su función lo llevaba a viajar frecuentemente a comunas del sur de Chile. Ese año lo acompañé a una de sus actividades a la comuna de Lautaro. La jornada estaba programada para realizarse durante cuatro días en una casa de ejercicios de propiedad de la Iglesia Católica. Él estaba encargado de liderar este encuentro con mujeres y hombres campesinos de la zona. Mi padre no me dejó dormir con las mujeres que asistían al encuentro y me llevó a dormir con él con la excusa de “cuidarme”. En esta ocasión me agredió sexualmente durante tres noches.


En ese mismo viaje fui testigo presencial de la relación de abuso de mi padre hacia una adolescente que integraba una comunidad del COCEF. Ella asistió invitada por él y era evidente que tenían un vínculo anterior a este viaje.

En 1989 mis padres se separaron y nunca más volví a vivir con él, aunque siempre nos mantuvimos en contacto.

En el año 2014, cuando yo tenía 42 años, ocurrió la última agresión. Esa tarde estábamos en una reunión familiar y comenzó a hablar de “terapias de energía tántrica”, un tipo de “masajes” que le hacía a mujeres. Quedamos solos y me dijo: “Las mujeres me buscan porque soy muy bueno en eso”. Yo me sentía descolocada mientras me entregaba detalles. Me hablaba de “la energía sexual que entregaba a las mujeres con sólo usar sus manos” y en un parpadear de ojos puso su mano en mi vagina, por encima de la ropa, con la intención de “demostrarme” cómo hacía estos masajes. Quedé inmovilizada y sin posibilidad de reaccionar. Quedé en shock. Nunca pasó por mi cabeza que me volvería a violentar. Yo era una adulta y era ¡su hija! y aún así se atrevió a agredirme.


Quiero agregar que mi padre siempre me manipuló psicológicamente para que yo accediera a su cariño. De manera obsesiva me obligaba a querer a personas cercanas a él.


Necesito explicar quién era mi progenitor y qué representaba su figura como católico activo y laico comprometido con una Iglesia que se levantaba como defensora de los derechos humanos en un país regido por una dictadura militar.


Él comenzó como ayudante de párroco en la parroquia San Gerardo ubicada en la comuna de Santiago, entre los años 1965 y 1977. En 1975 ya se desempeñaba como secretario en la Vicaría Zona Centro y alrededor de 1979 empezó a trabajar en el Centro de Pastoral Juvenil (CPJ) de la Alameda, grupo católico que funcionaba al alero de la Congregación de los Sagrados Corazones y cuyo responsable directo era el sacerdote Gerardo Joannon. (En el año 2014 este sacerdote se vio implicado en acusaciones de secuestro de niños ocurridos en la década del 80, y en el año 2019 fue acusado de abuso sexual infantil).


Paralelamente mi progenitor ejercía como profesor de religión en colegios públicos y privados. En 1982 fue contratado para trabajar en la Vicaría de Pastoral Juvenil dependiente del Arzobispado de Santiago. En calidad de “asesor general” se le asignó la responsabilidad de liderar las Comunidades Cristianas de Estudiantes Fiscales (COCEF), proyecto pastoral fundado ese mismo año por el Cardenal Raúl Silva Henríquez. Su jefe directo era el vicario Juan Andrés Peretiatkowicz, sacerdote perteneciente a la Congregación de los Sagrados Corazones. (Entre los años 2018 y 2019 este sacerdote fue denunciado por abuso sexual infantil por parte de 15 víctimas. La investigación iniciada en su contra llegó hasta el Vaticano y las denuncias fueron consideradas “verosímiles”.).


La última institución de la Iglesia Católica en la que trabajó mi padre fue el Instituto Nacional de Pastoral Rural (INPRU), organismo dependiente de la Conferencia Episcopal de Chile


En todos estos contextos laborales era percibido como un líder carismático e intachable. Los y las jóvenes lo veían como una figura paterna y lo querían y admiraban. Entre sus jefes y compañeros de trabajo era reconocido y valorado. Siendo una niña pequeña vivía una constante contradicción entre lo que yo veía que ocurría en su entorno y lo que yo vivenciaba en el núcleo familiar.


El hombre agresivo y frío que me atacaba sexualmente era mi padre y, al mismo tiempo, era una persona respetada dentro de una institución poderosa como la Iglesia Católica. Yo vivía una gran presión mental y dada mi edad no podía manejar de ninguna forma la situación. Por esta razón mi experiencia traumática pasó a lo más profundo de mi inconsciente.


Cuando se desligó laboralmente de la Iglesia Católica e inició su camino de formación como seguidor de Osho y luego como tarotista intuitivo su figura cobró relevancia en espacios terapéuticos públicos de distintas ciudades de Chile. Lo llamaban “maestro”, “Patito” y algunas personas se referían a él como “gurú”. Siempre se rodeaba de mujeres y hombres que lo admiraban e idolatraban y que lo asistían de distintas maneras, incluido el préstamo de dinero y que nunca restituía.


Para mí fueron décadas de disociación, traumas y flashbacks. Una vez adulta y después de cuatro décadas logré ser consciente de los delitos de mi padre y comencé a vivir otro tipo de sufrimiento. Aunque mis padres se habían separado en 1989 él participaba en todas las celebraciones familiares. Él y yo nos veíamos con frecuencia; me leía el tarot y me aconsejaba. Además, tenía una excelente relación con mis hermanas y sus nietos. Había muchas personas que lo seguían y lo consideraban un aporte en sus vidas. Cuando estuvo enfermo de gravedad sus tres hijas mayores lo acompañamos y cuidamos. Entonces, ¿cómo iba a denunciarlo si eso significaba destruir a mi familia? Después entendí que con sus acciones él había sido el responsable de destruir a nuestra familia. Me atormentaba pensar en las posibles víctimas que estaban en peligro y yo no podía hablar. Sentía mucha impotencia y dolor.


En el año 2019 con mi madre y mis hermanas nos enteramos de que una mujer estaba dispuesta a denunciar a mi progenitor por abuso sexual. Lo supimos a través de una persona de nuestra entera confianza, quien había escuchado el testimonio de primera fuente. Esta mujer le había relatado los abusos vividos en la década del 80, época en que él era funcionario de la Vicaría de Pastoral Juvenil y ella una estudiante secundaria y luego universitaria.


Aunque no sabía su identidad su testimonio fue revelador, ya que me impulsó a denunciar a mi padre frente a mi familia. En ese momento yo tenía 47 años. ¡Ya había pasado la mitad de mi vida! El año 2020 supe que esa mujer era Verónica San Juan Cornejo, mi compañera en esta denuncia pública de quien estoy profundamente agradecida.


En el mismo año 2019 enfrenté a mi padre por primera vez. Aquí expongo lo que me respondió a través de mensajes de Whatsapp:

Sobre los actos cometidos en mi contra negó todo: “Paula cuándo abusé de ti… jamás¡¡¡ igual perdón por todo el daño consciente e inconsciente”…“hija nunca te hice nada no sé de dónde lo sacaste, no lo recuerdo de verdad mil perdones si así sucedió, perdón perdón y perdón…de verdad no lo recuerdo, pero sí te creo y me da más vergüenza” (SIC).

Sí admitió que había estado detenido en 1975 por “abusos deshonestos” en contra de una niña de cinco años. Respecto del caso de abuso sexual cometido en contra de otra niña y por el que fue condenado a 541 días me contestó que había cumplido “con firma mensual”. En sus respuestas manifestó contradicciones evidentes. Dijo: “jamás hice nada con una menor de edad”, pero sí recordaba a la adolescente que lo acompañó en el viaje al que yo también fui.


Después de enfrentarlo reflexioné y se me hizo evidente que mi padre era (y es) un depredador sexual.

Desde ese momento no he vuelto a hablar con él.


El año 2022 mi salud mental y física se deterioró gravemente y recurrí a la terapia del trauma con una psicóloga. También recibí apoyo psiquiátrico y de otros especialistas. Ese año mi cuerpo colapsó debido a dos trombosis en una de mis piernas y al diagnóstico de anemia aguda. Me di cuenta de que los actos cometidos por mi padre eran el origen de mis traumas y sufrimientos y también de mis enfermedades. Tomé conciencia de que necesitaba denunciarlo para sanarme y para obtener reparación.


Con esta denuncia busco romper el círculo del abuso sexual y de la maldad heredado por generaciones en mi familia. Este acto de reparación para las mujeres de mi linaje representa un orden y una apertura a un nuevo camino para las generaciones siguientes y un camino sano para los nuevos hombres de mi familia.


Durante este proceso aprendí que hay que ser valiente para hablar y denunciar estos delitos. Y que también son valientes las víctimas que no hablan porque no pueden y viven en silencio con esta carga.


Este día martes 27 de agosto de 2024 es un hito en mi vida. ¡Han pasado más de cuatro décadas desde que comenzó este tormento! Hoy tengo 52 años y el tema que expongo representa uno de mis grandes dolores. ¡Tantos años y vida que han pasado por mí! Años y años sometiéndome a diversas terapias para sanarme. Años y años levantándome en la mañana para enfrentar un día a la vez.

Este hito me demuestra mi valor, mi constancia y mi trabajo personal profundo a través del que he buscado recuperar el amor a mí misma. Todo esto también ha sido posible gracias a la energía vital que me entregan mis tres hijas y mi hijo. Su existencia y sus palabras sabias me impulsaron a la vida y me mostraron y enseñaron otra forma de hacer familia y de amar.


Hoy, en este día, he logrado que se escuche mi voz.

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