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Nunca más otra maldita primavera

Septiembre alarga los días y eso alarga las sombras. Debiera ser un mes alegre, pero para muchos chilenos no logra serlo. Para mí tampoco. En septiembre fue el primer y único campamento scout al que fui siendo niño. El líder de la manada era el hermano marista que abusaba de mí en el Instituto Alonso de Ercilla desde que yo había entrado en primero básico. Estuve a merced de esa bestia la noche entera. Mi cuerpo de niño asoció para siempre la primavera con los abusos. Desde entonces me cuesta esta época del año, incluso cuando no recordaba los abusos de Adolfo Fuentes Corral.


Cuando todos se alegran de que haya más luz de sol a mí se me alarga la noche interna en una tortura que no cesa. Ya entendí que esto no se va más y probablemente moriré sintiendo septiembre de este modo, la primavera destrozada como mi infancia.


Pero hace un año, en esta misma época cambiaron un poco las cosas. Tomé contacto con Jaime Concha y otros sobrevivientes del caso maristas y denunciamos el delito que sufrimos en nuestra infancia. Aparecimos en el diario, en la tele, en la radio.


Llegaron nuevos testimonios, fuimos a la justicia canónica, a tribunales, fiscalía acogió nuestros relatos y comenzó a investigar. Hoy Chile sabe que al interior de la Iglesia Católica por décadas cientos de niñas, niños y adolescentes fuimos violentados sexual y emocionalmente, convirtiendo nuestras vidas adultas en salones donde se pasean los fantasmas de esos abusos.


Septiembre de 2017 fue distinto. Y este septiembre de 2018 también podría serlo.


Cristian Precht, otro de mis abusadores, ya no es más sacerdote. No podrá seguir usando la sotana y la confianza de las familias para aproximarse a potenciales víctimas. A pesar de que la sentencia del Vaticano es inapelable su defensor el cura Raúl Hasbún dice que apelarán, “que ni siquiera se le haya instruido un proceso" alegando “la denegación del derecho de defensa".


Sus palabras rebotan en mi cabeza y me trasladan a mi infancia cuando lo veía en la tele defender la dictadura como si se tratara de una cruzada religiosa y todo crimen y violación de los DDHH tuviera sentido porque Pinochet y sus secuaces eran paladines de un orden divino. En la radio en cambio la voz de Precht hablaba desde la Vicaría y las sombras parecían ser un poco más claras.


Cuando ya en educación media no me quedó otra que entrar a solas con un cura a la sacristía de la capilla de los maristas para confesarme y así recibir la confirmación me alegró que fuese Precht el que estaba allí sentado. Desde los abusos de Fuentes que evitaba toda situación privada con un religioso, costase lo que costase. El alivio duró poco, la puerta se cerró muy rápido y casi al instante la voz portadora de la defensa de los débiles en dictadura era la misma que me susurraba al oído mientras tocaba partes de mi cuerpo que nadie le debe tocar a un chico.


Todavía me cuesta entender cómo Precht y Hasbún terminaron tan juntos en el texto sobre todo cuando se trata de mi historia, de la historia de Chile, ¡de septiembre!


Ahora que soy adulto y peleo contra lo que sé que acecha en el noveno mes en mi cabeza anhelo otro hito sanador: la expulsión de la Congregación Marista de TODOS los delincuentes sexuales que siguen bajo su alero.


Estos violadores seguirán libres a la espera de lo que la justicia penal haga en el caso, pero despojarlos de sus investiduras religiosas por los abusos que cometieron es un paso sanador y ayuda un poco a que la primavera sea menos maldita.


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